martes, 22 de marzo de 2011

CHARLES ROBERT REDFORD

Siempre me han gustado los espacios abiertos. Cuando era niño estaba como loco casi todo el tiempo y lo único que quería era aislarme del resto del mundo


Charles Robert Redford nació el 18 de Agosto de 1936 en un barrio hispano de Santa Mónica (California). Hijo único de una afable tejana y un taciturno y áspero hombre de ascendencia católico irlandesa, se trasladó a los diez años de edad a la cercana localidad de Van Nuys, también en California.

En este nuevo lugar “no había nada excitante, nada romántico. Un gran aburrimiento”, aunque se respiraba ese ambiente abierto y natural que siempre le gustó. Sin embargo, pronto comenzó a ser poblado por familias de emigrantes que llenaban las casas que se iban construyendo a toda rapidez.

Todo era un agobio continuo, lleno de gente por donde quisiera que fueras: desde Hollywood, Beverly Hills, Westwood y el Valle de San Fernando. Todo era demasiado feo, sin ningún valor estético

Sus padres le llevaban siempre con él cuando iban de visita, facilitándole lápices y hojas en blanco con el fin de mantenerle entretenido. Robert no sólo aprendió así a dibujar sino que fue fomentando una pasión por este arte que se convertiría con el tiempo en su primera opción profesional. Otra de sus escasas distracciones se la proporcionaban las noches en las que acudía a la biblioteca pública con sus progenitores. Los libros le abrían un mundo paralelo que él devoraba con toda su energía.


Apuntado también en un grupo scout, en el que acabó siendo el profesor de sus propios compañeros, escaló su primera montaña a los doce años de edad en un campamento de verano en Palm Springs. Más adelante, experimentó una sensación de absoluta libertad al visitar el Parque Nacional de Yosemite, experiencia que aumentó aún más su pasión por la naturaleza.

Robert Redford acudió al Instituto Van Nuys, donde se graduó en 1954. Aunque era mal estudiante, era también muy buen jugador de tenis, llegando a dar clases a diversos niños de la zona. Practicando también otros deportes como el esquí, era asimismo un portento en el fútbol americano y el béisbol. Y aunque se le daban muy bien las chicas, nunca tuvo un buen concepto de su aspecto físico, ya que se consideraba un joven de aspecto desaliñado y con excesivas pecas.


Con lo que no era muy habitual que todo un atleta como él se interesase en aspectos relacionados con la literatura. Inició por sí mismo su formación con una serie de textos que le ayudaron a configurar su personalidad. Admiraba a escritores como Henry Miller, Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, aunque de este último lo que más le atraía era su vida aventurera. Y sentía predilección por las novelas del americano Jack London.

Crecí en un indescifrable estado de hastío, siempre intentando cambiar mi existencia imaginando que estaba en otro lugar. Admiraba al fotógrafo Robert Capa, ya que pensaba que era un soldado de fortuna. Así quería ser yo. Cualquier cosa con tal de escapar de California

Redford se identificaba más con los años veinte y treinta que con los cincuenta en los que le tocó vivir.

Me gustaban esos tiempos donde podías acabar en cualquier sitio y se respetaba sin complejos al individuo. La gente luchaba por cosas que merecían la pena durante ese tiempo. Puede que pasaras hambre o que vendieses manzanas en una esquina, pero era algo real y conocías el auténtico significado de la vida. En los tiempos del instituto todo era artificial, la única preocupación de todos mis compañeros era ganar mucho dinero 


Al graduarse, Robert se sintió plenamente libre para emprender una nueva vida. Y solía escaparse hasta Los Ángeles, donde hacía dibujos de personas sin hogar y marginados de todo tipo que, según él, “no ponían ninguna barrera, no tenían ninguna defensa. Me observaban con su mirada limpia, sin miedo. No tenían nada que perder”.

Al finalizar el instituto logró una beca universitaria gracias a su destacada actuación en el béisbol. Y decidió escoger la Universidad de Colorado con el único fin de salir de California. Pero aun consiguiendo un puesto como pitcher en el equipo de béisbol de dicha facultad, las clases seguían sin engancharle. Únicamente lo hacía la pintura, realizando en esa época un sinfín de bocetos de personalidades conocidas.


Tras fallecer su madre, con tan sólo 41 años de edad, a causa de una enfermedad de la sangre, Robert abandonó la universidad y decidió buscarle un sentido a su existencia recorriendo el mundo. Y haciendo autostop y desempeñando diversos trabajos, como cajero de un supermercado o aprendiz de carpintero, llegó a Nueva York.


De ahí partió hacia Europa y recorrió Grecia, Alemania, Italia y Francia. En París asistió a unas clases en una escuela de arte y vendió sus bocetos en Montmartre.

Era excitante y divertido. Y eso que todas las fantasías que había tenido cuando comencé el viaje resultaron falsas. Se puede decir que me topé de bruces con la cruda realidad. En un año aprendí más de mi propio país estando fuera de él que durante toda mi vida estando dentro

Su afán viajero le devolvió a su país, recorriendo sus diferentes estados en busca de distintos paisajes para plasmar en sus lienzos.


Y así fue como volvió a California, donde esta vez la vida ya le marcó el camino que debía seguir…